“MUJERTISTAS” porque sabemos que las hubo, las hay y las habrá; hablemos de ellas.
DIANE ARBUS Y LA BELLEZA DE LOS MONSTRUOS.
De verdad creo que hay cosas que la gente no vería si yo no las fotografiara. (D. Arbus)
Situémonos en un Nueva York loco, un Nueva York de 1937 donde Diane Neverov, una joven de familia acomodada, cruza su camino con Allan Arbus, un fotógrafo con poco más que una cámara al cuello y ganas de vivir aventuras en el bolsillo derecho del pantalón. Era un extraño y singular joven 5 años mayor que ella, pero Diane rehusando a seguir los consejos de su familia, que desaprobaban la relación dudosa con aquel chaval, decide casarse con él y montar un estudio de fotografía que llegaría a trabajar en campañas publicitarias y de moda para revistas como Vogue o Harpers´s Vaazar. El negocio fue viento en popa durante más de 10 años en los que también engendraron 2 hijas. Pero Diane nunca fue amiga de los horarios, de trabajar como ayudante de su marido, siempre a su sombra; de las oficinas abarrotadas o de esas pequeñas hormigas con corbatas y maletín que transitaban la ciudad… Escondía vicios y gustos ocultos que jamás serían admitidos a ojos de esa sociedad conservadora que aborrecía con tanta fuerza.
De noche, cuando las calles de una ciudad que nunca duerme aún rugían con fuerza, ella abría las ventanas de su ático, encendía las luces y se masturbaba como si de un escaparate inmoral se tratase un acto de exhibicionismo que la hacía sentir viva, rebelde, vehemente entre etapas constantes de aislamiento y depresiones que la perseguirían durante años hasta conocer a la fotógrafa austriaca Lisette Model que bajo su instrucción y protección la empujó a dar el salto a las calles marginales de Nueva York, mirando a través del objetivo de una cámara deseosa de capturar fenómenos extraños, como los de su película favorita: The Freaks.
Ese fue un pequeño paso, acompañado de otros muchos hasta que consiguió sumergirse por completo en su gran viaje espiritual. Se separó de su marido, abandonó su hogar y se dejó guiar por la necesidad de atrapar fenómenos en psiquiátricos, circos, campings nudistas, clubs de noche en los que hombres de a pie se trasformaban allí en insólitas Drag Queens o simplemente fotografiando niños en parques haciendo que estos pareciesen parte de su siniestra colección, estando en el sitio correcto, en el momento preciso.
La artista hace que todos sus modelos miren directamente a cámara para resaltar sus defectos con intención de crearnos sensaciones encontradas, atracción, temor, vergüenza… Obligando a forzar ese tenso instante en el que el fotografiado es consciente de que está siendo fotografiado y al espectador a ser partícipe de ello.
En una de sus entrevistas posteriores, Diane recuerda el momento en el que decidió visitar por primera vez un camping nudista perdido en la nada. El director tuvo que ir a buscarla a la gasolinera del pueblo más cercano y la mentalizó para lo que estaba a punto de vivir. Ella creía estar preparada para ello, pero nunca olvidaría el momento en el que desde el coche pudo ver a un hombre mayor, totalmente desnudo cortando el césped como si tal cosa.
Diane Arbus se suicida en 1971, perdiendo la guerra contra sus fuertes etapas depresivas. Lo que nunca sabría es que un año más tarde su trabajo es seleccionado para participar en la Bienal de Venecia como primera mujer estadounidense en recibir este galardón. El MOMA de Nueva York organiza a la par su primera gran retrospectiva, fracturando las barreras morales que ya comenzarían y respaldarían las vanguardias.
Preparar la mente y el alma para poder apreciar su obra es turbadoramente sencillo. La primera impresión que podemos tener es desconcertante por saber aunar en un mismo elemento belleza y fealdad, repulsión y encanto. Nos atrapa, nos hace de alguna manera trasladarnos a ese escenario en el que quizá nunca hayamos estado ni estaremos, pero que se nos antoja familiar, posiblemente porque desde tiempos remotos sabemos que en nuestro interior una afección incontrolable nos invade con este tipo de tesituras. Queremos consumir más, saber el porqué, conocer detalles, comparable a cuando oímos de un altercado o crimen cercano a nosotros; sabemos que no nos concierne, pero nos encanta husmear para ser los mejores documentados.
Quizá no queramos ponernos cara a cara con este lado tan intrigante y lúgubre de la moneda, puede paladearse como algo escandaloso, pero si apartamos esa fina capa de moralidad que nos envuelve nos damos cuenta que estos “freaks” podrían ser vecinos, conocidos, incluso amigos, hermanos… Y nosotros mismos si quisiéramos volar por la parte más indecorosa de nuestro ser. Probablemente si somos honestos veamos algo de nuestra esencia reflejado en ellos, porque no son tan diferentes a nosotros. Si Diane pudo verlo, ¿por qué no usted?
Todo un canto a la naturalidad, a la lucha por la igualdad, por la homosexualidad… Zambullirse en la fotografía y trabajos de la artista es descubrir el gusto por lo siniestro que se nos hace escandalosamente cercano y cálido con peligro de dejarnos totalmente enamorados de la que creíamos nuestra parte más oculta.
MARINA HERNÁNDEZ
OCTUBRE 2015