Artículo, marzo 2016. Camille Claudel, escultura (Francia 1864-1943)

CON LAS MANOS ATADAS A LA NADA

La genialidad de las mujeres siempre ha estado en entredicho. Resulta usual confundir la audacia femenina con locura. Así de nítido nos lo grita Camille Claudel, hoy viva más que nunca.

Camille_Claudel_atelier

 

Navegas como un pez de barro sobre mi almohada.

Con esta poesía comienza el espectáculo: N392 Camille Claudel, que el colectivo escénico La Confluencia ofrece este mes de marzo a los espectadores almerienses.

¿Por qué usas el nosotros? Le espeta a la cara su amante, el henchido artista Rodin, cuando la ingenua muchacha expresa su anhelo, su pasión por compartir la vida y obra con el que cree fuente de su alegría.

Camille Claudel (Francia 1864-1943) fue una escultura de indiscutible talento sepultada en vida por intentar ser ella misma, por no esconder a los ojos del mundo lo que era: una artista tocada por la gracia. Cruzarse en la vida del insigne escultor Auguste Rodin o del celebérrimo músico Debussy, no resulta sino el amargo anecdotario de la represión del mundo machista, que pisotea por sistema a las mujeres, que las odia sin pudor por ser lo que son, por existir.

Aquel aparentemente moderno París de finales del XIX, no fue sino un espejismo de liberación femenina de las que muy pocas salieron indemnes. Y en ese tortuoso camino quedó sepultada la memoria de Camille Claudel. Olvidada, vilipendiada en su época de máxima madurez artística, fue internada durante los últimos treinta años de su vida en un manicomio, sin el menor apoyo familiar ni sentimental. Siete visitas de su hermano durante su encierro, el célebre poeta, dramaturgo y diplomático, Paul Claudel, fue todo el calor humano que recibiera una mujer que no estaba loca. Y después del calvario de reptar por tamaña existencia, con la manos atadas a la nada, llegó por fin la muerte y con ella el silencio de una tumba nombrada como N392 por único epitafio. Sus admiradores, tras doce años buscando sus restos, supieron sacarla a la luz, subirla al pedestal de las que refulgen a pesar de todo.

LA AMANTE. Pobre Camille, ya no eres una escultura que se prostituye, eres una joven que sirve para detener el tiempo de un viejo. Con esta frase define la protagonista del montaje, representada magistralmente por la artista Leticia Valle, el sentir de una mujer que sabe que no hay solución posible a la humillación, a la pobreza, al rechazo. Nunca será reconocida como una persona autónoma que pretende vivir de su arte. Pero desde su juventud no pierde la esperanza de amar a quien prefiera sin esperar necesariamente como única opción el ser apedreada por la sociedad con la que le toca lidiar. La plasticidad que imprime al montaje el baile contemporáneo que interpreta la protagonista, junto con la poesía de un texto sacado de la obra: Las puertas del infierno, del granadino Germán Jiménez, hacen de este espectáculo una apuesta teatral de indudable valía a todos los niveles.

EL IMPLACABLE EGO MASCULINO. Es el otro gran protagonista de la vida, de esta obra. Interpretado magistralmente por nuestro actor Jesús Herrera, encarna el contrapunto a la generosidad incondicional de la mujer. Yo, siempre yo, nada existe fuera de mí…, y si tienes la osadía de brotar sin mi consentimiento, no te dejaré crecer, te aplastaré desde la humillación pública, haciéndote creer que no vales nada.

LAS SOMBRAS. Chencho Nzo nos aporta un bello tejido etéreo, lleno de belleza musical, danzante y oral, que abraza sólidamente la base poética del montaje. Yo veo a las sombras y sé lo que dicen… Camille desde su inmensa soledad en la parte que corresponde a su eterno encierro en el manicomio, así las identifica.

LA SOLEDAD. Soy palomas imaginarias que se alimentan de inanición.

Hermano, mándame un muerto para poder contárselo y dormir a su lado. Me estorba mi hambre y mi sed porque me estorba mi cuerpo. El aislamiento que asola a Camille, es esculpido de manera punzante en acertados monólogos interiores.

Pero la angustia también llega a Rodin. El laureado, el reputado, el varón tiene miedo… Aunque desde la cálida silla de su casa y arropado por su mujer legítima, esa que tiene la desfachatez de morirse antes que él. Todo es una gran mentira, clama el escultor cuando desde la decrepitud, la fútil existencia del ser humano le sonríe socarrona.

Que no se derrumbe nunca el yeso que me mantiene atado a las jambas de las puertas del infierno. Es la última frase que recogemos del aire antes de que se enciendan los focos del Teatro Apolo y nos devuelva a la realidad desnuda.

Y el frio del desabrigo me recorre la espalda cuando voy contando mis pasos sobre el asfalto, a solas ya con mis pensamientos…

¿Por qué tanto sufrimiento femenino? ¿A quién ofendemos con nuestro arte, con nuestros ojos de mujer?

A la mediocridad, me gritan las sombras que me acompañan a casa…

Y nos cogemos del brazo, nos calentamos y con ello vamos construyendo el aparejo de la dignidad de las mujeres, con verdades del tamaño de sillares.

Queda tanto por bailar, por gritar, por cantar, por escribir… por esculpir….

MAR DE LOS RÍOS

ARTÍCULO PUBLICADO EN LA VOZ DE ALMERÍA EL 6/3/2016

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